Opinión
Mucho ruido y pocas nueces
“Citius, altius, fortius – communiter”, es una locución latina que significa “más rápido, más alto y más fuerte juntos”, sin lugar a dudas acuña perfectamente el espíritu olímpico en una sola frase; ahora bien, si nos apoyamos en el sentido estricto de la locución, nos daremos cuenta que en la mayoría de los países, menos en México, la ideología del compañerismo reina como canon en la sociedad.
Si bien es cierto, en muchos casos en algunos países participantes en las Olimpiadas, el fortalecimiento de la labor conjunta es primordial, no así en los países tercermundistas que siempre ven el beneficio personal, triunfos y logros individuales, dejando de lado la premisa número uno del hombre como un ente social.
La relación del sistema comercial con el aparato deportivo debe estar enormemente vinculada y establecer el porcentaje de responsabilidad en la obtención de logros, es decir, ambos sistemas son simbiontes y la explotación adecuada de los dos escenarios potencializa el resultado comercial.
En México, cada ciclo olímpico pareciera que no tiene mayor relevancia y las autoridades correspondientes al deporte mexicano, sin importar quienes estén al mando del deporte confederado, siempre terminan por otorgar menos apoyo a cada delegación deportiva.
Lo sorprendente es que cuando llega a darse alguna obtención de medalla, entonces las autoridades se cuelgan de los logros personales o colectivos de México, cuando no lo deberían hacer por dignidad, tal es el caso de la primera medalla olímpica en esta justa de la ciudad de la luz, justamente la obtenida por Alejandra Valencia en la modalidad de tiro con arco.
Casualmente, al momento de la obtención de la presea, salen a pregonar que es un gran logro para el país, cuando lo justo es que solo le reconocieran su triunfo individual a nivel personal, pues el apoyo que en su momento tuvo Alejandra le fue retirado para hacer uso de recurso en otra prioridad.
Cada ciclo olímpico se repite la misma constante, los federativos recortan apoyos y si hubiese algún resultado favorable, entonces es “logro compartido”, lo cierto es que la mayoría de los resultados favorables son por obra de cada atleta.
Se han dado casos en los que nuestro país experimenta al amargo sabor de la derrota y solamente cosechan una medalla, y en otros más en los que solo se van a pasear, claro, no existe competitividad por el simple hecho que no hay apoyo confederado.
En Ámsterdam 1928 ha sido la peor recolección de preseas de una delegación olímpica mexicana, no hubo una sola medalla, de ahí se han dado situaciones en las que solo una medalla se ha obtenido; en Helsinki 1952, Münich 1972 y Barcelona 1992 recogieron pura plata amarga, una presea en cada edición; en la edición de México 1968 (claro, por ser anfitriones) ha sido la mejor cosecha de medallas en una olimpiada, 9 en total, 3 de cada metal.
Pero sin lugar a dudas, cuando más esperanzas lleva la delegación mexicana a cuestas, peor es el resultado obtenido, en Atlanta 1996, solamente recolectaron un devaluado bronce; una nación catalogada como precursora de la cultura del “ya merito” y que tiene centros deportivos de alto rendimiento para formar atletas de buen nivel; y que al final de cuentas, de nada sirve la infraestructura si la mentalidad de atletas y directivos es obsoleta o en ocasiones rudimentaria.
Necesitarían una verdadera revolución ideológica para obtener resultados diferentes y entonces sí, aspirar a mayor cantidad de medallas, la suerte está echada y el camino trazado para que México no tenga aspiraciones reales de buenos resultados, al tiempo y en algún futuro, el deporte mexicano sea prometedor.
¡Corte y queda!
Sobre el autor
Luis Alfredo Dominguez, docente universitario y analista deportivo. @LAlfredoDG