Opinión
Más que una batalla
Para cualquier equipo de futbol, el factor emocional o anímico es preponderante, es necesario contar con el apoyo incondicional de sus seguidores; hay equipos que se entregan a su público en cada encuentro y hay otras escuadras que pareciera les hacen el favor de asistir a verlos intentar jugar.
Si un equipo es competitivo, la afición asiste a los estadios, pero si el equipo no tiene entrega, entonces los seguidores les recriminan y las pagan con el clásico desdén; lo que resulta además de interesante, un poco intrigante, como es que algunos conjuntos jamás o, mejor dicho, casi siempre, su constante es desinflarse en los torneos que dispute.
En ese escenario se encuentra un equipo muy querido, y no es por la cantidad superlativa de aficionados o seguidores, sino que más bien, son selectos y fieles recalcitrantes de sus colores, pareciera que es una especie de estigma ser seguidor de esa escuadra o quizá muchos puedan decir o sostener con el argumento de “llevo los colores tatuados en el alma” o también la otra frase cuando son cuestionados sobre el por que de su afición solo responden “si te lo explico, jamás lo entenderías”.
Justamente así es de inexplicable la afición de los rojinegros del Atlas, en algún momento, en la primera etapa del maestro Ricardo La Volpe en el banquillo rojinegro, ese equipo nos enamoró a los aficionados al futbol, un conjunto que jugaba por nota, que manejaba el achique como ninguno otro, que salía tocando desde la zona baja, potencializaba la habilidad de jugadores por los carriles exteriores, incluso, proponía los recortes hacía adentro, justo como hoy lo ejecutan los volantes interiores, con la movilidad que le imprimía a sus escuadras puedo sostener que fue uno de los precursores de los llamados actualmente “volantes mixtos”.
Para quienes nos apasiona el futbol, ver un conjunto con movimientos y repeticiones exquisitas en la ejecución del trato del esférico a ras de pasto y de incorporaciones hacía el frente con evoluciones triangulares y con su dosis de verticalidad por la propia rapidez de los mediocampistas, es como ver una obra maestra en una alfombra verde.
Es verdad que los seguidores de otros equipos del futbol mexicano los usaban como blanco de sus burlas, haciendo galas de argumentos baratos como el de “llevan x cantidad de años sin ser campeones”, también expresaban la clásica de “vende jugadores para pagarle al resto del equipo”, lo cierto es que desde su fundación, el propio club mostró clase y elegancia en el futbol expresado por sus jugadores, pues los fundadores del club eran jóvenes que habían estudiado en Inglaterra y eso indignaba a más de algún seguidor de otra escuadra.
Si bien es cierto que siempre se ha caracterizado para ser un conjunto que todo le puede suceder en los últimos minutos de cada encuentro, también es cierto que ese conjunto tiene un ADN de toque de pelota adornándolo con clase y elegancia, para muchos aficionados rivales eso les causa mella en la apreciación del buen futbol.
Es una hecho que el conjunto del Paradero solo lleva tres títulos de liga, pero su manera y estilo de imprimirle al juego muy lo pocos lo tienen; de lo que si se puede jactar la afición rojinegra es de haber visto a su equipo bicampeón en torneos cortos, y es que solamente tres escuadras pueden presumir de tal hazaña, los Pumas de Hugol, el León de Matosas y los Rojinegros de Diego Martín Cocca, son los únicos tres equipos bicampeones en torneos cortos; bien valió la pena esperar más de 70 años para verlos levantar el trofeo.
¡Corte y queda!
Sobre el autor
Luis Alfredo Dominguez, docente universitario y analista deportivo. @LAlfredoDG